María Noel Riccetto: "Hoy me cuestiono todo lo que sufrí y la cantidad de lágrimas que lloré"

Es una de las mejores bailarinas del mundo. En Moscú la premiaron con el máximo galardón de la danza, el Benois de la Danse. Formó parte del American Ballet Theatre, una de las compañías más destacadas, hasta que optó por volver al país y, bajo la dirección de Julio Bocca, revolucionó la escena cultural. Supo bailar en los escenarios internacionales más prestigiosos y en todos los rincones de Uruguay. En pocos días, María Noel Riccetto se retira del ballet. Deja el escenario, pero los aplausos serán eternos



Por Agustina Amorós
Fotos Lucía Carriquiry

Son las 17:00 en punto del viernes. Acaba de terminar un ensayo general del Ballet Nacional del Sodre y desde el salón de clases se disipa un grupo grande de bailarines. Restan pocos días para que la compañía presente el ballet Manon por primera vez en Uruguay. Del murmullo distingo el acento español de Igor Yebra que irrumpe en la sala escoltado por su primera bailarina. “Aquí la tienen, esto es lo que queda de María Noel Riccetto”, dice en broma el director del Ballet Nacional. María se ríe pero es cierto que está agotada. Es la cuenta regresiva para bailar su último ballet, que será su despedida luego de más de 30 años dedicados a la danza. El cansancio es físico y emocional, y su agenda no para de sumar compromisos: en pocos días será la muestra de fin de año de su escuela de danza, está a punto de lanzar la fragancia del segundo perfume que lleva su nombre y Unicef acaba de nombrarla embajadora de la Buena Voluntad. Esto, claro, acompañado de jornadas interminables de ensayos. Tenemos el tiempo justo, por lo que me invita a pasar a su camarín y empezar la entrevista mientras se prepara para las fotos. Son pocos metros cuadrados donde “sucede de todo”. Del perchero cuelgan zapatillas, tutús, y cancanes. En el espejo hay fotos y cartas que por lo que alcanzo a espiar son testimonios de cariño de colegas de varias partes del mundo. Tengo que empezar rápido con las preguntas que intentarán recorrer su historia y profesión. Apenas arrancamos y ya asumo que no habrá tiempo para todo: la vida de María gira rápido y con los pies en punta.

 

 

Primer acto

De padre productor ganadero y madre secretaria, María es la mayor de dos hermanas. Nació en Montevideo pero sus primeros años de vida transcurrieron en el campo, en Puntas de Herrera (Durazno), de donde es originariamente su familia paterna. “Llegué a ir al jardín en una escuela rural, pero cuando cumplí 6 años nos mudamos a Montevideo para que empezara el colegio”, dice María. Se mudaron a un dúplex en Parque Rodó y fue alumna del colegio Las Teresas.

 

Su padre, que continuó con el trabajo en el campo, dividía sus días entre Montevideo y Durazno. “Para nosotras era un drama cada vez que él se iba. Nos parecían meses y de repente eran tres días”, dice María, a la que siempre le pesaron las distancias.

Tenía 6 años cuando su madre la inscribió en su primera clase de ballet, por lo que desde que tiene memoria está vinculada a la danza. “A mamá le gustaba mucho el ballet y, como por un tema de horarios necesitábamos hacer una actividad después de clase, me llevó a una academia a la vuelta de casa”, narra. La profesora, Graciela Martínez, enseguida notó sus aptitudes físicas e incentivó a sus padres para que la llevaran a la Escuela Nacional de Danza, a la que se entra a través de una audición y ofrece ocho años de aprendizaje gratuito. Enseguida la tomaron. La demanda horaria fue progresivamente más exigente, por lo que desde niña se volvió una experta en comer en el auto y se acostumbró a una rutina disciplinada que la obligaba a perderse cumpleaños y sacrificar vacaciones. El liceo lo cursó en el Colegio Jesús María y para lograr conjugar la doble formación tuvo que rendir varios exámenes libres. Fueron años de sacrificios.

“Cuando tenía 14 años me vio Gyula Pandi, un profesor de una universidad de Carolina del Norte y me ofreció una beca para irme a estudiar a Estados Unidos”, narra María. Aunque la beca la tentaba, la atormentaba la idea de estar lejos de su familia y a medida que se acercaba la fecha del viaje la angustia llegó a tal punto que su padre tomó la decisión más sana: postergar el viaje hasta nuevo aviso. Un año después, la misma propuesta la encontró mejor posicionada. En el ínterin había entrado al cuerpo de baile del Ballet Nacional del Sodre (BNS) y se apuntó a un curso rápido de inglés que le sirvió de poco. En 1998 se tomó un vuelo a Carolina del Norte para estudiar un año en la North Carolina School of the Arts. Separarse de su familia le costó tanto que María lloró todo el viaje, llamó a casa en todas las escalas y nunca dejó de extrañar. Tomó sus primeras clases sin hablar casi inglés y con cada indicación del profesor María acudía a su único compañero de habla hispana para que la auxiliara con la traducción. “Yo no sabía decir pie, brazo, mano, ni nada de lo que necesitaba entender para bailar”, comenta con humor. La integración no fue un problema y logró adaptarse rápido al idioma. Sobre finales de curso sus compañeros empezaron a armar planes sobre las compañías a las que se postularían para el año entrante, pero María tenía claro que quería volver. La idea de seguir separada de su familia le resultaba tortuosa, pero decidió que antes de volver audicionaría para una de las mejores compañías a las que aspira un bailarín: fue directo al American Ballet Theater (ABT). Viajó a Nueva York para una primera audición pero no logró que la viera nadie de interés. No se desanimó: “Era una confirmación de lo que yo esperaba, era imposible entrar. ¿Cómo me iban a tomar a mí en el ABT?”, pensó. Pero la compañía llamó a Carolina del Norte, querían verla de nuevo. Riccetto voló otra vez a Manhattan, tomó una clase y a las pocas horas tenía un contrato sobre la mesa. La idea de volverse se desvaneció de inmediato: acababan de tomarla en una de las compañías de ballet más prestigiosas del mundo. 

 

La gran manzana

El plan de vivir un año en el extranjero se terminó extendiendo a más de una década. María tenía 18 años cuando se alquiló un apartamento en el Upper East Side, tomaba clases en el ABT y su rutina incluía temporadas en el Metropolitan Opera House y giras internacionales. Llevaba la vida de una neoyorquina: “Iba al punto en todo lo que hacía: caminaba rápido mirando para abajo, corría en la estación para tomar el primer tren, vivía en la vorágine”, relata. Le pregunto por la exigencia física y la disciplina constante que implica dedicarse al ballet profesional pero María no se detiene en eso, para ella el peor padecimiento era estar lejos de su familia. Mientras, la cuenta del teléfono devolvía cifras exorbitantes y cada viaje a Uruguay implicaba el drama de la despedida. “Viví con una pierna acá y otra en Estados Unidos. No me arrepiento, pero hoy me cuestiono todo lo que sufrí, y la cantidad de lágrimas que lloré”, dice. A pesar de eso, la etapa en el American Ballet fue “una experiencia de vida increíble”, de la que destaca los vínculos humanos, que le significaron un enriquecimiento absoluto.

Fue en el primer ensayo para Onegin, con el salón lleno de primeras bailarinas, solistas y gente que tenía mucha trayectoria, cuando Reid Anderson –el director en su momento del Stuttgart Ballet– agarró la mano de María Noel y la llevó al frente del salón. “Yo formaba parte del cuerpo de baile y me empezó a enseñar lo que tenía que bailar para uno de los roles principales”, cuenta María. El episodio se tradujo en un ascenso al que le sucedieron mejores oportunidades. “Estar en el reparto con esos grandes fue un gran desafío”, admite. Estaba recorriendo una trayectoria impecable cuando su madre enfermó y, mientras María estaba de gira en Japón, la situación empeoró. Alcanzó a llegar a Uruguay, pero procesar la muerte de su mamá viviendo en el exterior fue duro. La idea de volver se hacía cada vez más necesaria.

Operación retorno

La primera invitación para volver a bailar en su país fue a través de Julio Bocca. Bailaban juntos en el ABT y para María fue una eminencia, que un buen día se puso en su misma barra y le preguntó si ese verano estaría en Uruguay porque la quería invitar a bailar con él al hotel Conrad. “¡Julio Bocca sabe mi nombre!”, recrea la emoción la bailarina. El vínculo devino en una larga amistad.

Fue en esos años que Hollywood la convocó para ser la doble de la actriz Mila Kunis en la película El cisne negro, de Darren Aronofsky. La propuesta era ponerle el cuerpo –literalmente– a la coreografía de Benjamin Millepied, y luego se sustituiría el rostro por el de la actriz. 
La trayectoria de María en Estados Unidos era verdaderamente estimulante, pero las ganas de volver a Uruguay eran irreversibles. El Ballet Nacional del Sodre dirigido por Julio Bocca fue razón suficiente para seducirla.
En 2012 María decidió –para nuestra suerte– volver a su país, y el BNS la recibió entonces como primera bailarina residente.

Al volver, el escenario del ballet uruguayo era distinto, dentro y fuera del teatro. “Cuando me fui de Uruguay el presupuesto para el ballet era cero. Había muchas personas peleando sin encontrar resultados. No se hacía nada porque no había certeza en los presupuestos, no se sabía si habría o no plata para las zapatillas, la gente en general estaba desmotivada. Cuando volví la situación era otra: el teatro –por el que se había peleado muchísimo– estaba terminado, y Julio dirigiendo con muchas ideas, con un presupuesto distinto y una programación contundente para los años siguientes”, dice María. El cambio fue drástico y lo acompasaron una serie de medidas: las entradas se volvieron más accesibles, los espectáculos mejor comunicados, la calidad artística más meticulosa y la puesta en escena mejor lograda. “Julio hizo una gestión impecable, fue estricto y supo plasmar su visión.

Marcó cómo quería las cosas y cómo tenían que funcionar, y le dieron luz verde y respaldo para hacerlo”, reflexiona María. En pocos años el Ballet Nacional apuntaba a la excelencia. Se diluyó la idea de un público abrumadoramente mayor para recibir espectadores más heterogéneos. Llegó el público infantil y con él empezó a ser normal ver a alguno hacer piruetas en los intervalos de una obra. Las entradas empezaron a agotarse con sorprendente antelación. El Ministerio de Educación y Cultura catalogó la gestión de Julio Bocca como “épica” y “nunca antes vista en la historia de la danza en Uruguay”, pero es cierto que el éxito también se potenció con la llegada de Riccetto, que su nombre traía el orgullo colectivo de ser la uruguaya que triunfó en el mundo y que ahora vuelve a bailar en su país.

En una de mis preguntas los menciono como una dupla –porque para mí lo eran, lo son– y ella responde: “Yo diría que fue una buena gestión acompañada de una primera bailarina. Se dieron dos cosas: que él me ofreció un lugar hermoso en mi propio país, y que yo estaba dispuesta a tomarlo y abandonar lo que tenía allá”, comenta. Hablamos de cómo se dio naturalmente que se mostrara dentro y fuera del escenario: “He sido también una cara visible y me considero una buena embajadora del Ballet Nacional”.

El gran salto

“No es solo para mí, es también para mi país”, dijo Riccetto llevándose una mano al pecho, el 30 de mayo de 2017 en el teatro Bolshói de Moscú. Con la otra mano sostenía el pesado galardón del Benois de la Danse, el premio más importante del mundo para la danza clásica, con el que la premiaron por su rol de Tatiana en Onegin, estrenado en el Auditorio Nacional del Sodre en 2016. Le pregunto qué cambió de su vida a partir de semejante reconocimiento: “El cariño que recibí de la gente, que fue extremo. Además me dio una cosa muy linda para agregar a mi carrera y otro prestigio a nivel profesional”.

Aprovecho para preguntarle qué es lo que siente al bailar, pero no encuentra respuesta: “Tantas cosas que diría que nada, ¿o todo?, no sé”, dice con lágrimas al borde de los ojos. Restan días nada más para su último ballet como primera bailarina y la emoción brota espontáneamente. “Me cuesta despedirme del escenario y saber que no voy a volver. Vendrán otras cosas, pero el escenario no lo voy a tener más. Con la gente me voy a seguir viendo, voy a estar a pocas cuadras, y seguiré relacionada con este lugar”, dice en referencia al cargo que tomará en enero como coordinadora académica de la división ballet de las Escuelas de Formación Artística del Sodre. Su objetivo, dice, es tan simple como complejo: “El Sodre quiere que la división ballet de las escuelas de formación sea el semillero del Ballet Nacional, y para eso hay que tomar decisiones”, comenta.

Su nuevo rol coincidirá con el cambio de gobierno, por lo que le consulto si cree que esto podría impactar al BNS, “Yo considero a Lacalle Pou una persona inteligente. No creo que vaya a cortar con cosas que el Frente Amplio hizo muy bien y el Sodre, el Ballet Nacional, ha sido una de ellas”, responde.

Antes de terminar hablamos de su proyecto de irse a vivir con su novio a las sierras de Maldonado; me cuenta que el año próximo le gustaría terminar sexto de liceo (la gran cuenta pendiente que se prometió saldar cuando el ballet le dé un respiro). Además, le gustaría disponer de más tiempo para estar más activa en su escuela, María Riccetto Studio, que hoy nuclea alrededor de 160 alumnos. Es claro que el cierre del telón no la agarra desprevenida. Aún resta mucho baile.

Fuente: El Observador

 


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