Conocemos los efectos tóxicos del plomo desde la Roma antigua. De hecho, el envenenamiento por plomo recibe el nombre de saturnismo por la gran cantidad de intoxicaciones que se producían durante las fiestas romanas de las Saturnales, donde corría el vino que había sido almacenado en ánforas recubiertas de plomo.
A pesar de estos bien sabidos peligros, General Motors propuso enriquecer su gasolina con plomo para permitir que los motores ejercieran una mayor compresión sobre el combustible, dándole más potencia a los vehículos. La idea asustó a sanitarios y científicos, pero a golpe de influencias y solvencia la industria consiguió abrirse camino hasta hacer de esta majadería una realidad.
Junto con General Motors, Standard Oil y Du Pont comenzaron a añadirle tetraetilo de plomo a la gasolina, haciendo supuestas demostraciones de su seguridad y restando importancia a los cientos de casos de envenenamientos acaecidos en sus fábricas.
Ante este panorama, Patterson decidió viajar por medio mundo tomando muestras del agua y la Tierra a distintas profundidades. De este modo llegó a la conclusión de que el nivel de plomo en la atmósfera era unas 1000 veces superior al esperado y que, en el cuerpo humano era al menos 100 veces mayor que los valores normales.
Tras estos primeros análisis continuó su trabajo y un estudio más fino le llevó a descubrir que había cometido un error, los tejidos humanos analizados tenían no 100, sino 600 veces la cantidad esperada de plomo. Las petroleras nos estaban envenenando.
A pesar de todos sus datos, Patterson tardó un poco en ser escuchado. No obstante, sus estudios calaron como debían porque la evidencia era abrumadora.
En 1976 la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos decidió empezar a disminuir los niveles de plomo aceptados en la gasolina hasta que, en 1995, el combustible con plomo desapareció definitivamente de las gasolineras de América.
Patterson había vencido definitivamente, pertrechado solo con un puñado de datos rigurosos puso fin a una de las acciones más rentables de las petroleras. Y así ha sido siempre cuando realmente existen pruebas. Los microchips malignos, los chemtrails, las vacunas que nos envenenan no salen a la luz porque simplemente no son reales, no porque estén defendidas por industrias más poderosas que las que la ciencia y ha hecho sucumbir.